SANTIAGO DE CHUCO, PUEBLO QUE ACARICIA AL CIELO
Dr. Javier Delgado Benites (*)
Santiago de Chuco es la capital de la poesía del Perú. Lugar de recuerdos perennizados
que traspasan cualquier acontecimiento. Es un pueblo cuya historia se pierde en
los siglos, de asentamiento preinca, inca, colonial y republicano. Desde el
imperio del Tahuantinsuyo, Santiago de Chuco y sus distritos fueron lugares
conquistados por las milicias del inca. En el virreinato se establecieron en
fértiles tierras agrícolas, familias distinguidas de España. En la época
republicana numerosos episodios aguerridos dieron brillantes a la
transculturación del Perú.
El clima es generalmente benigno y tonificante, el frio es digerible, en el
mes de invierno, la nieve cubre con su gruesa capa, las altas colinas y las
onduladas formas del relieve de la meseta andina, las aguas caídas se
desprenden reciamente del espacio grisáceo; muchos días nublados provocan
nostalgia en los caminantes de las tierras andinas. La estación estival
estimula a los moradores a volcarse a las calles del pueblo y a comentar sobre
los trajines de los lugares vecinos. En estos días, el cielo se vuelve versátil,
cambia las horas de lo brillante por los aguaceros. Cuando llegan los
atardeceres primaverales, el sol se hunde detrás de los andes occidentales, el
cielo se enciende en bermejos y áureos refulgentes. A poco contemplase un manto
plomizo que se extiende de este a oeste. Llegada la noche con su frazada de
color azabache, en lo alto del éter resplandece una diadema engastada con miles
de brillantes.
La campiña es preciosa, verdísima, con dilatados bosques de eucaliptos de
anchas hojas, alisos robustos y esbeltos magueyes. En el fondo los campos
agrícolas con basta plantaciones de pan llevar, alfalfa, chileno y avena para
el ganado vacuno, lanar y en las lomadas cubiertas de pastos frondosos.
El pueblo es ventilado, se encuentra rodeado por ríos que lo dan la performance
telúrica. Donde todavía existen algunas casonas antiguas, con amplios atrios,
de bellas fachadas, con portones, balcones con rejas de hierro, los zaguanes y
patios empedrados, y casas huertas.
El cielo del pueblo es claro, azulino, diáfano; las neblinas y las garuas
invernales son cortas, la humedad de la niebla cierra el espacio aéreo, cubre
el aire de un velo gris denso. En los días de sol radiante, la luz refleja en
las melancólicas calzadas en los grises de las calles. La luz en aquellos días
es intensa, estimula a los habitantes; parece que el fulgor en aquellos días
soleados anida vivacidad, catalizan dinamismo; parece que el clima hace más
noble y bondadoso al santiagochuquino.
Las casas la mayoría son techos de dos aguas, con tejas rojas con musgos y
otras de calamina gris, las calles son estrechas, mantienen el caprichoso
desnivel del terreno onduladas. Saliendo por el canto del pueblo se aprecia el
regio paisaje, el esplendoroso verdor de sus campos, el olor a tierra húmeda de
sus gredales, huertas con los aromáticos y fraganciosas hierbas, limoncillo,
anís, menta, hierbabuena, orejano, apio, ajenjo, toronjil y frutales
multicolores se encuentran enhiestas manzanas, duraznos, membrillos, peras y las
variadas verduras que la gente consumen cotidianamente.
El pueblo está rodeado de caseríos dedicados a los menesteres
agropecuarios, sus tierras fértiles en las que cultivan hasta en las crestas
montañosas. Es hermoso el paisaje durante el verdor de sus campos y los matices
de los sembríos de maíz, trigo, habas, papa, cebada, cubre las laderas de los
riscos.
El campesino, notable conocedor de la agricultura tradicional, domina los
secretos del medio geográfico, es ferviente cultor del alma popular. Los
distritos y caseríos es donde el folklore adquiere su más esplendoroso señorío,
cultivan sus propias costumbres.
Durante los días domingos y feriados el poblador del pueblo sale a disfrutar
de la campiña, sus chacras o cualquier lugar en que se aprecia la naturaleza
refulgente, las bondades del reino vegetal, animal o mineral. Cerca de los ríos
los eucaliptos nos dan la sombra, ahí podemos respirar el aire tonificante,
ozonizado. También se podrán aguaitar discurrir de sus aguas entre los álveos,
que nacen en la parte alta de la cordillera.
Los cauces de los ríos en que hay humedad, prosperan siempre verde las
plantas ribereñas, las quebradas de agua circulan como canales para regar las
huertas o terrenos donde se siembra plantas frutales, aromáticas, alfalfa o
verduras.
La llegada de la noche, la soledad y la calma son reinas, los paisanos
algunos mastican la coca con cal, otros liban licor para paliar el frio, donde
se cuentan sus nostalgias, sus aventuras, hablan de política y otros
aconteceres cotidianos.
El santiagochuquino es el auténtico poblador del ande, su estirpe lo lleva
con orgullo, con timbre de peculiaridad. Entre las masas de la gente se va
perdiendo el habla culle, se va asimilando su supuesta modernidad que implica
progreso cultural. El campesino autentico se encuentra alejado en comunidades modestas.
Santiago de Chuco es el pueblo religioso en que se venera en el mes de
julio al Apóstol Santiago El Mayor, una fiesta tradicional, donde hay una gran variedad
de mojigangas, de gente noble y consagrada a la vida del campo, al comercio,
cultores de costumbres tradicionales, es mi tierra donde he nacido, y lo
extraño permanentemente.
Para mi no hay un lugar en el mundo como mi Santiago de Chuco.
Santiago de Chuco, mayo 2010
(*) Doctor en educación,
ingeniero químico, licenciado en educación, investigador del Instituto de
Investigación en Ciencias y Humanidades, directivo del Movimiento Capulí,
Vallejo y su Tierra, docente universitario.
Textos
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