LA VOCACIÓN DE MI MADRE DE SER MAESTRA

(Al conmemorarse un mes de su sentida ausencia)

 

Dr. Javier Delgado Benites (*)

 

Mi madre desde su niñez, mi abuela materna le enseñó las obligaciones del hogar para que pueda afrontar responsabilidades en su casa, en el rinconcito de Pachogón donde nació y creció. Estudió hasta el tercer año de primaria en la escuelita elemental rural de Pichinchuco; todos los niños o niñas por esa época estudiaban hasta ese año; si quería estudiar hasta el quinto año y terminar la primaria, tenía viajar a la capital de la provincia. Mi abuela no quería desprenderse de su hija mayor que hacia todos los quehaceres en casa, mientras ella sacaba sus cinco guachos (ovejas) del corral, cogía su fiambre, su rueca y su huso, se iba a pastear hasta la tarde que llegaba con los ovinos, todos panzones que habían comido sueltos por sus chacras y laderas.

 

Mi padre se enamora de mi madre, porque fue el zapatero de la familia Benites Aguilar, pide la mano y se casan en Santiago de Chuco, todo eso dejó para ir a vivir con mi padre y establecer en el pueblo, de dicho matrimonio tuvieron siete hijos que somos ahora, todos somos profesionales. Una de mis hermanas fallecida, como fue mi hermana Elizabeth.

 

Recuerdo en una oportunidad cuando estudiaba secundaria en Santiago de Chuco, me encontraba con mi madre en la cocina, viéndole que preparaba la comida en el fogón, para almorzar, le pregunté a mi madre qué hubiera querido ser en la vida, me sorprendió que su respuesta fuera:

– ¡Maestra! –Me contestó.

Para estar seguro le volví a preguntar:

– ¿Qué has dicho, mamacita?

 – Maestra! –Me repitió, con firmeza.

Seguía interrogándole:

 – Y, ¿por qué, maestra?

– Me gustaba ser maestra, porque eso era mi vocación desde niña. Mi maestra Eva Benites Aranda -me decía- Aurorita tú vas ser maestra, tienes vocación de enseñar, eres muy inteligente. Me gusta ser maestra, porque yo lo ayudaba a ella en el aula, hacia todas mis tareas rápido, lo revisaba, me ponía su firma y me indicaba que apoye a mis compañeros o de los otros años, los apoyaba para que desarrollen sus tareas, me gustaba enseñar a los niños, quería que los niños sean buenas personas de bien y contribuyan con el progreso de sus familias y los pueblos.

– ¿Sí, mamacita?

– ¡Claro hijito! Ser maestra en nuestro país debería ser la mejor profesión, porque por los maestros, todas las personas son educados y profesionales. ¿Qué fuera del país sin los maestros? – se preguntaba.

 

Por esa vocación de mi madre, todos mis hermanos somos maestros, siguiendo dicho legado, que no tuvo la oportunidad de concretizarse, por ello, su aspiración lo evocó en sus hijos.

 

Palabras últimas de mi madre precisan para mí de la mejor forma, el núcleo y esencia de lo que es ser maestro en nuestro país.

 

Un saludo mamacita hasta cielo, cuanto te extraño y te extrañamos toda la familia.

 

 

(Foto del álbum del autor)

 

 

(*) Doctor en educación, ingeniero químico, abogado, licenciado en educación, investigador del Instituto de Investigación en Ciencias y Humanidades, directivo del Movimiento Capulí, Vallejo y su Tierra, docente universitario.

 

Textos que pueden ser reproducidos

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