EL TALLER DE ZAPATERÍA DE MI PADRE
(Por su cumpleaños a mi padre al cumplir 91 años de edad el día 08 de junio)
Dr. Javier Delgado Benites (*)
Cuando era niño, me gustaba pasar largas horas en el taller de zapatería de mi padre, mirar cuando perfilaba sus cueros para realizar zapatos de mujer con diversos modelos, los cosía en la máquina de perfilar Singer, lo coloca corbatitas, hebillas y otros adornos, que lo hacían novedosa y llamativo. También perfilaba para zapatos de varón como medio zapato, botines, botas y uruguayos para jugar fútbol, así como también de niños.
En su máquina de perfilar mi padre hacía maravillas, combinaba colores, con cueros de boxcal, gamuza y charol de acuerdo al gusto y pedido de todos sus clientes.
Una vez que aparaba sus cueros con diversos modelos, iniciaba alistar el avío, que consistía en el material que iban a utilizar los ensueladores como: suela, carnaza, filos, hormas, estaquilla, clavos, jefe, etc. Los ensueladores eran varios viejitos los que realizaba ese trabajo de ensuelar zapatos. Mi padre me mandaba a dejar el avió a su casa de los ensueladores y él mismo se dedicaba a ensuelar con todas sus herramientas que usaba. Echaba a remojar la suela en una bandeja con agua por unos minutos, mientras eso cortaba la carnaza en la horma, luego chancaba la suela en un pequeño diablito que lo colocaba en la rodilla, ahí ponía la suela y comenzaba a chancar con el martillo para que se aprense mejor. Recuerdo que lo preguntaba:
- Papá, no le duele chancar en la rodilla
- No me duele hijo. El buen zapatero es el que chanca la suela en la rodilla –me contestaba.
- ¿Para qué se chanca la suela? –preguntaba.
- Para que el zapato al mojarse la suela no se estire - me contestaba -porque si no se chanca la suela, el zapato al mojarse en el agua, la suela se estiraba que llegaba a darse vuelta la punta.
Luego colocaba el cuero aparado en la horma que estaba con la carnaza, lo aseguraba con unos clavos en los extremos y laterales, en ese momento tenía listo el hilo de pabilo pasado con cera de abeja y terminado en punta con una cerda de chancho, que actuaba como aguja; con una alezna me enseñaba a coser el cuero con la carnaza. Se metía la alezna para hacer un hueco que unía el cuero con la carnaza, luego se metía el hilo con la cerda por el hueco, que llegaba a traspasar, se jala el hilo y se estiraba, así se iba cociendo toda la vuelta de la horna, una vez terminado, se chancaba con un martillo pequeño toda la vuelta, luego se hacía un huequito con una alezna pequeña y se ponía la estaquilla en el huequito, se daba un martillazo para que hunda se hacía toda la vuelta del zapato.
Una vez realizado el par de zapatos, mi padre ponía la suela con un par de clavos para asegurar en la horma con carnaza y cuero, para comenzar a cortar la suela toda la vuelta con un cierto margen.
Una vez que había cortado la suela, rayaba con una herramienta similar al compás, donde marcaba un mismo margen toda la vuelta para poder meter los clavos, que unía con la carnaza, una vez terminado de clavar, estaba fijada la suela, iniciaba a retocar para que todo este nivelado, terminado eso comenzaba a poner los tacos de suela, algunos terminaba con taco de jebe para mejor duración, los pulía bien la suela como también los tacos, una vez terminado eso, lo pasaba barniz los lados o cercos de la suela de acuerdo al color de los zapatos. Al siguiente día sacaba la horma, para ver si algún clavo estaba sobresalido para doblarlo, luego colocaba pegamento para pegar su plantilla de bandana y recién estaban listos los zapatos para que los venda. Esos zapatos hechos por mi padre duraban bastante tiempo, un par de años como mínimo.
Los viejitos ensueladores llegaban al taller de mi padre a dejar los zapatos y para que lo cancelen por su trabajo realizado, los cancelaba al momento, si había más avió se iban llevando para que lo traigan el siguiente día. Recuerdo que los ensueladores se encontraban en el taller y se ponían a conversar, contar chistes, se hacían bromas pesadas que resultaban molestándose.
En su taller de zapatería de mi padre crecí mi niñez y parte de mi adolescencia hasta cuando terminé la secundaria, pase largas horas en la mañana, en la tarde cuando no estudiaba o en la noche cuando estudiaba; cuando tenía mucho pedido mi padre trabajaba hasta la medianoche. Mi padre me enseñó y aprendí a chancar la suela en la rodilla, coser lo zapatos y clavar la estaquilla o los clavos. Pero por seguir mis estudios universitarios me alejé del taller de mi padre, de mi tierra y nunca seguí el oficio de mi padre y ninguno de mis hermanos, porque siendo zapatero honesto y responsable, aquellos tiempos era rentable, nos educó a todos mis hermanos, todos somos profesionales. Gracias a ese oficio de zapatero que mi padre heredó de su padre mi abuelo Lizandro Delgado Ulloa.
(*) Doctor en Educación, investigador del Instituto de Investigación en Ciencias y Humanidades, directivo del Movimiento Capulí, Vallejo y su Tierra.
INSTITUTO DE INVESTIGACIÓN EN CIENCIAS Y HUMANIDADES
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