DON CRISHO, EL CARPINTERO DE LOS NIÑOS EN SANTIAGO DE CHUCO

Dr. Javier Delgado Benites (*)

Don Crisho era un viejito carpintero que vivía en Santiago de Chuco en el barrio Santa Mónica, tenía su casa en la carretera, al lado del antiguo local donde funcionaba el excolegio de mujeres Libertad.

Era una persona dedicada al oficio del trabajo de la madera, de forma independiente, era un verdadero artesano, podía recrear en piezas de madera cientos de cosas, se dedicaba a la fabricación de puertas, ventanas, mesas, sillas, catres y balcones.

El trabajo de la madera es una de las actividades más antiguas que existen, en cada pueblo encontraremos diferentes maneras y herramientas para trabajar la madera, que puede ser de eucalipto, sauce, nogal, etc.

Su taller del don Crisho estaba rodeado de herramientas como serruchos, cinceles, niveles, cepillos, martillos, alicates, punzones, limas, desarmadores, winchas, escuadras, y materiales como tornillos, clavos, cola blanca, lacas, barniz, lijas, bisagras entre muchos más.

El viejito Crisho era el carpintero muy famoso por todos los niños del pueblo, porqué nos hacia los juegos de madera como trompos, boliches y carro de rodillos de todos los tamaños al gusto de cada niño.

Recuerdo aproximadamente por el año de 1975 (tenía 6 años) cuando estábamos de vacaciones de la escuela, íbamos con mi hermano Hildebrando y un amigo de barrio el Chino Roger, para que el viejito Crisho quien por esa época tenía aproximadamente 75 años de edad, para que nos venda los trompos o boliches para jugar en el barrio, era el único carpintero del barrio que hacia los juegos de madera para los niños. Al llegar a su casa lo saludábamos:

- Buenos días Señor Crisóstomo, quisiéramos que nos venda los trompos.

- No hecho niñitos trompos, porque no hay quien me ayude a mover la rueda del torno. Si ustedes me ayudan a mover la rueda, hacemos los trompos y nos repartimos mita, mita.

- ¡Ya! lo ayudamos –expresábamos los tres en forma unánime, nos alegrábamos, no sabíamos lo difícil y cansado que era mover la rueda del torno.

Nos hacía subir al segundo piso de su casa, ahí tenía su torno, donde alistaba su madera y alistaba sus tablas. La rueda era grande de diámetro de dos metros con sus manizuelas a ambos lados y tenía una plataforma de madera a una distancia con una rueda más pequeña, que al poner una soga a ambas ruedas, se movía las manizuelas de rueda grande, daba vuelta y movía al torno, el viejito con sus punzones iba haciendo los trompos en serie, mientras que mi hermano Hildebrando y mi amigo Chino Roger sacaban fuerzas de sansón, sudando  para dar vuelta la rueda y yo miraba, había momentos que se cansaban y tomaban aire. Pero el entusiasmo de tener los trompos para jugar era lo más importante. Hacer los trompos se demoraba como unas dos horas, se sacaba los trompos o boliches en serie, una vez hechos los trompos, se culminaba la tarea difícil, el viejito Crisho, lo lijaba bien lo trompos en serie, lo cortaba con un serruchito cada trompo y de ahí contaba y decía:

-  Hay diez trompos, vamos a repartir mita, mita. Cinco para mí y cinco para ustedes niños, como es alpartir.

Mi hermano y mi amigo recibían los cinco trompos, de ahí ellos se repartían, dos cada uno y a mí me daban por ir a mirar el otro.

Los tres nos venimos contentos a nuestras casas con nuestros trompos para jugar, lo único que teníamos que poner su punta o púa para que pueda bailar. Llegábamos a nuestra casa ya era hora de almorzar, después de ello, nos íbamos al taller de zapatería de mi padre, como había diversos tipos de tamaño de clavos, escogíamos el clavo apropiado y lo poníamos a cada trompo, lo cortábamos la cabecita, con la lima o lija, lo pulíamos la punta o púa para que estea suave y baile sedita, lo hacíamos su hilo trenzado para poder hacerlo bailar, en la tarde los trompos ya estaban haciendo su debut en el juego en la calle con todos los amigos del barrio, picando chapas, monedas, jugando el rompe y raja o realizando el concurso para jalarlo a la mano.

Mi hermano Hildebrando quien le gusta coleccionar los juegos de nuestra niñez, tiene en la casa de Santiago de Chuco una colección de trompos y boliches de todo tamaño, marca Crisho, como recuerdo de aquel viejito carpintero del barrio Santa Mónica que hacia los juegos de madera de los niños de nuestra hermosa época, que al verlo nos hace volver a recordar esos tiempos maravillosos y felices que nos llena de nostalgia de haber vivido una niñez la más sublime y bonita en nuestra santa tierra.

 

(*) Doctor en educación, ingeniero químico, licenciado en educación, investigador del Instituto de Investigación en Ciencias y Humanidades, directivo del Movimiento Capulí, Vallejo y su Tierra, docente universitario.

 

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