LAS SERENATAS EN SANTIAGO DE CHUCO
Dr. Javier
Delgado Benites (*)
En las décadas pasados del siglo pasado, que
no volverán, solo quedaran impregnados en las remembranzas, estuvieron muy en
apogeo las tradicionales serenatas en Santiago de Chuco, con las que
frecuentaban rendir homenaje del amor a la señorita o dama cuyo corazón era
cautivado por las flechas del cariño.
El yaraví y la serranita eran las canciones
elegidas para tales momentos y sin temor a dudas formaban el hermoso acopio
folclórico de nuestra santa tierra.
El enamorado organizaba para ir dar la
serenata a la casa de la pretendiente, sin compromiso. Una noche antes para ir
a dar serenata, se reunían tres, cuatro o cinco amigos en un lugar determinado
para efectuar un ligero ensayo de las canciones preferidas y afinar los
instrumentos al son de guitarra, bandolina, violín o acordeón.
El sufrido enamorado era quien dirigía y
sufragaba el gasto, que consistía en una, dos o tres botellas de Ron Cartavio o
Pomalca, pisco y cigarrillos para hacer frente al frio existente en aquellas
perdurables y serenas noches.
Luego se dirigían a la casa de la adorada
inspiración que por lo general era al pie de su balcón, hermanado al rítmico
vibrar de los instrumentos, surgían las acompasadas voces de los serenatistas,
que resaltaban en el silencio de la noche y con honda emoción cantaba un yaraví
que a la letra decía:
Cuando iba muriendo el día
iba ocultándose el sol,
no ha visto como se agranda
la sombra de la colina.
Terminado este primer fragmento, el enamorado
desprendía prolongados suspiros y encendía un cigarrillo y tomaba el trago a
pico de botella, invitando a los demás; luego, como para conmover a la señorita
que se la suponían despierta escuchando parte de esta composición poética
intensamente sentidos, se continuaba:
Mañana recordaras
que nos amamos un día,
entonces veras que hay pena
que nos acorta la vida.
Te he de escribir una carta,
que ha de ser recuerdo mío
lo he de escribir con mi sangre,
lo has de borrar con tu llanto.
En esta parte el enamorado, un poco picado
por los tragos, suspiraba más aún y gruesas lágrimas dejaba correr por sus
juveniles mejillas. Esto ocurría cuando en verdad con alma, vida y corazón
amaba a la señorita o dama de sus quimeras y a la manera de despedida venia la
serranita con la siguiente letra:
Aves del cielo venid a ver
a mi princesa linda mujer,
venid a mis dichas a devolver
y mis dolores a recoger.
Para que la señorita o dama abra su puerta o
salga por el balcón, solamente para que los oiga; eran uno, dos o tres
canciones, luego culminaba la serenata y entre trago y trago en la madrugada,
en cualquiera de las esquinas del pueblo, se despedían con la formal promesa de
regresar a reencontrar en otra noche no muy lejana, se retiraban cada uno a su
casa.
Estas serenatas se corría el riesgo de parar
en la comisaria o de recibir un baldazo de agua fría o un bacenicaso de orines,
arrojados desde el balcón por los padres de la pretendiente, quienes estaban
molestos porque interrumpían su sueño y por no dejarlos dormir.
Otra del yaraví que entonaban era el
siguiente:
Ya me voy a unas tierras lejanas
a un lugar donde nadie me espere,
donde nadie sepa que yo muera
donde nadie por mi llorará.
Ay lejos me lleva el destino
como hojas que el viento arrebata,
ay de mi tú no sabes ingrata
lo que sufre este fiel corazón.
Estos ojos, llorar no sabían
el llorar les parecía locura
hoy, pues, lloran su triste amargura
de una sola y ardiente pasión.
Bajare silencioso a la tumba
a embargar mí perdido sosiego,
de rodillas mi bien te ruego
que a lo menos te acuerdes de mí.
Con este relato recogido por versiones de
familiares, quienes vivieron dichas épocas hermosas en Santiago de Chuco.
Personalmente recuerdo cuando era niño por mediados de los setenta, tuve la
satisfacción de escuchar unas serenatas, pero que lo realizaban con tocadisco
de pilas y sus discos de vinilo de 33 y 45 RPM.
(Foto: Acuarela “Serenata” del pintor
Teodoro Núñez Ureta)
(*) Doctor en educación, ingeniero químico,
licenciado en educación, investigador del Instituto de Investigación en
Ciencias y Humanidades, directivo del Movimiento Capulí, Vallejo y su Tierra,
docente universitario.
Textos que
pueden ser reproducidos
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